Trabajos de profesores

Alonso Yañez







Mauricio Bravo
















Klaudia Kemper














Mario Soro

Mario Soro. Entrevista para TVN cable en el contexto de un trabajo de intervención urbana de alumnos de la carrera de arte en conjunto con la comunidad del cerro Monjas de Valparaiso.









Alfredo Da Venezia








Ricardo Villarroel










Mario Z











Pedro Sepulveda








Vanesa Vazquez










Jorge Opazo







Arturo Valderas





Jorge Gronemeyer








Marcelo Mellado










Cabezas de Playa.


Mario Sobarzo - José Solís.



Las metáforas son de por sí infinitamente complejas. Las metáforas militares además tienen el conflicto como base, lo que las vuelve conflicto de por sí. Ello ocurre, más aún, si tal uso metafórico se expande hacia el propio campo del arte, no tanto como una invasión que provenga desde algún exterior, sino más bien como la puesta en forma (o en lengua) de aquello que continuamente ha pertenecido al arte. En efecto, el arte, al menos desde la sanción historiográfica, se ha organizado siempre polémicamente. Tensiones estilísticas, de géneros, de materialidades y sentidos se han agolpado en infinitas batallas, donde la visibilidad de los triunfadores nunca es completamente transparente, ni tampoco el triunfo parecer ser absolutamente definitivo. Aunque sin duda discutible, esto pareciera ser la constante por medio de la cual el arte ha pensado su propia empresa histórica. Sin embargo, debemos preguntarnos por la eficacia de una de las metáforas militares más elocuentes que ha venido no tanto a exponer esta condición polémica, como a desplazarla, aunque repitiéndola y, por que no decirlo, volviéndola casi indistinguible del arte mismo. Nos referimos a la palabra “vanguardia”. Su intención bélica ya no opera al interior del arte en tanto una más de las posibles posiciones en pugna, sino que se trata de una autocrítica: el arte se ha levantado contra sí mismo, su único y verdadero enemigo. Es esta situación la que vuelve pertinente el preguntar con la más decidida urgencia ¿por qué el arte y la sociedad están en conflicto? ¿Es acaso este conflicto simple metáfora, o tendrá alguna “realidad”? Que el arte, en la vanguardia, se coloque a sí mismo como enemigo al tiempo de ser el lugar desde donde reunir las fuerzas para dicha batalla, no convierte, o mejor dicho, no reduce el escenario de la contienda a la pura artisticidad. Por el contrario, el conflicto librado en su interior consiste en un desdoblamiento de la propia beligerancia que apunta a desbordar constantemente los límites que la confinan. La lucha del arte contra sí mismo, no es la mera reproducción interior y “metaforizada” o incluso mimética de la conflictividad “externa” de lo social (así lo hubiera pensado una teoría del reflejo, cuyo vector estético es el realismo). La disyunción entre arte y sociedad, no acontece para la vanguardia a través de una figuración metafórica que sublime artísticamente el desgarramiento político con el fin de nutrir sus temáticas o formas, por el contrario, su intento descansa en presentar lo “real” como polémica, intranquilidad e indecisión. No obstante, ¿puede lo “real” presentarse a sí mismo en su conflictividad sin producir una repetición infinita de su semblante, que lo haga inevitablemente caer siempre en la inmanencia? Al parecer su inestabilidad sólo es susceptible de “aparecer” -más allá de la traducción estética- en la propia operación que el arte hace en y con lo real mediante un constante descentramiento de sus cabales; tal vez por ello sea pertinente aquí preguntarse si dicha operación es eminentemente artística (y por tanto autónoma en su rendimiento) o es lo real mismo que, torciéndose sobre su espalda, hace del arte su mejor partera. Distingamos. Sobre la intimidad polémica de lo social que el arte hace aparecer tras su operar en y con lo real, se sostiene, a su vez, una conflictividad de segundo grado, ahora entre arte y sociedad, dilema que la vanguardia no deja de volver imposible de inscribir como algo únicamente social o exclusivamente artístico; he aquí, a nuestro juicio, la “realidad” del conflicto.
Ahora bien, sin duda la metaforicidad militar, tal como aquí intentamos comprender, cruza por completo el destino actual del arte. Pero intentemos adelantar una nueva metáfora, que, junto con heredar la problemática bélica de la vanguardia, pueda desprender de su sentido una clara alusión territorial y local que permita asumir la especificidad de nuestra escuela. Nos referimos a la noción de “cabeza de playa”. ¿Qué forma de batalla necesita una cabeza de playa? ¿Qué forma de guerra necesita una cabeza de playa? ¿Qué poder hay detrás de la constitución de una cabeza de playa? Las cabezas de playa son tomas de terreno. Ocupaciones ilegales de tierra en un poder distinto al propio. ¿Qué poder hay en el arte? ¿Quiénes ven el “arte”? ¿Qué poder el arte tiene como enemigo? Sin duda, esta metáfora pertenece al linaje de términos como vanguardia. Se trata de un parecido de familia, más no su simple repetición. Cabeza de playa es operar en un poder distinto al propio. Poder del arte en un espacio al parecer ajeno o, al menos, discontinuo de aquél. Si esta metáfora, por un lado, no trata evidentemente de retrucar a la vanguardia y, por otro, trabaja en un poder diferente, ¿en que poder el arte, esta vez, realizaría sus incursiones? Diremos, pues, que ese poder es la institución. Paradojal podría resultar esto si nos pareciera indiscutible el vínculo entre arte e institución, ya que sobre esa distinción giró justamente la vanguardia en su guerra del arte contra el arte, que no era sino el intento de destrucción institucional del mismo. Bajo el ánimo postvanguardista, la relación arte-institución constituye ahora un indecidible, una conflictividad análoga a aquella que dibujamos más arriba entre metáfora y realidad. El arte tiene un poder que pretende organizarse desde otro poder, desde un nuevo territorio, enemigo, necesario de conquistar para beneficio propio. Se tratará, por ende, de capturar la institución para volcarla al servicio de su propia y constante destitución. Esa es la especificidad potencial del arte que dispone sus motivos sobre otro poder. En efecto, la cabeza de playa es el asalto que cruza el borde para agenciarlo a su favor, a la espera de la llegada de refuerzos. Aquí radica, tal vez, la diferencia con la vanguardia. No se trata, como en ésta, sólo de romper el frente en miras a una conquista total del terreno, sino de apropiarse de él para emplazar allí, en el límite, una expectativa que lo abra y permita acoger la llegada de mejores tiempos. Cierta lucidez en sus recursos parece embargar a la cabeza de playa, lucidez que la vanguardia nunca tuvo por exceso de confianza en sus propias fuerzas, movida por una extrema “pasión de lo real” que la condujo a identificar su condición de avanzada con todo el ejército disponible. El estado de espera de la cabeza de playa, asume no una debilidad estructural ni pusilánime –tan frecuentes en el arte contemporáneo- sino su correcta posición en la batalla, ni más ni menos. Pero, las batallas son infinitas. Tantas como las subjetividades. Y, ¿el arte constituye cabeza de playa en el mundo? ¿O el mundo produce cabezas de playa en el arte? ¿O ambas? ¿O ninguna? Quizás habría esto que pensarlo en la doble faz de la indecisión, de la misma cuantía que la habida entre arte y sociedad, arte e institución, ahora entre arte y mundo. Ambos dominios dejan sus cabezas de playa, pero siempre bajo la cifra de la espera conciente de su propia fuerza. El arte aguarda en su conquista del mundo, el mundo demora en su conquista del arte. Y realmente, ¿cuál es ese mundo?
Ya habíamos dicho que la nueva metáfora no sólo cumplía con heredar el tono de la vanguardia, sino que además alude a un territorio y una localidad en la cual se inscribe, esta vez, la institución en su juego destituyente. ¿Qué es arte en Valparaíso? ¿Qué es arte en Arcis? ¿Qué cabeza de playa se hace en esta Universidad, en esta ciudad? La geografía de todo puerto, su disposición material en tanto ciudad, es su volcamiento al límite que constituye el hiato entre tierra y mar. ¿Qué ocurre cuando esta frontera se cierra tanto física como simbólicamente, privatizando su vocación articuladora de lo urbano? El territorio se dispone, pues, de otra manera; la ciudad puerto antes abierta por la hendidura geográfica que naturalmente la vio nacer, de pronto se convierte en ciudad interior, metrópolis en donde el borde-mar deja de ser el centro alargado que antaño hilvanaba sus recorridos. La metropolitanización astilla la ciudad incesantemente en múltiples centralidades, la intimidad y lo familiar, el rincón y el detalle se vuelven su vocación más propia. Precisamente esta transformación simbólica y modernizadora del puerto de Valparaíso, invoca a una reflexión sobre la textura de sus nuevas espacialidades, aquellas que aún dejan entrever tras sus fibras la vieja frontera geográfica que la vio nacer como ciudad. Arte en Valparaíso, como cabeza de playa, apunta a romper y habitar la clausura de este borde. En tanto metáfora heredera de la vanguardia, debe hacerse cargo de aquello que ésta abrazó como su más profunda intencionalidad: la relación entre arte y vida. Justamente, la visibilización de los distintos estratos territoriales que se tejen sobre el borde inaugural de la ciudad, requiere desenterrar las prácticas cotidianas que se arriman en los rincones de la modernizada ciudad interior. Ya lo preguntábamos más arriba, ¿puede lo “real” presentarse a sí mismo en su conflictividad desnuda? Quizás sólo el arte - cabeza de playa que opera con y en otro poder- sea quien permita sacar a flote lo que respira polémicamente tras el comercio diario de la ciudad, poder de lo real que debe ser asaltado y redirigido en la espera de tiempos mejores. Territorio, como disposición espacio-temporal de lo político, y cotidianidad, como agenciamiento contingente del hacer urbano anudado a las cristalizaciones territoriales, se dan la mano en el cruce entre arte y vida en Valparaíso. Esta acometida reflexiva –y obraica- en torno al borde, no sólo debe hacerse cargo del semblante geográfico e histórico de la ciudad. También debe verse afectada por otro margen, más general, más abstracto, de segundo grado con respecto al anterior, y que dice relación con el hiato ya anunciado entre arte e institución. Se da cita aquí, por tanto, una doble polémica del límite: el urbano-artístico y el artístico-institucional. Ya lo decía Derrida: ¿Qué es un borde? ¿Qué se atraviesa cuando se atraviesa un borde? ¿Hay cabezas de playa de las multitudes que se toman las formas de representación? ¿Es eso kitsch? ¿Es eso popular? ¿Es eso fascista? ¿Es eso político? ¿Es eso artístico? El problema de la clausura urbana del borde-mar se expande y coloniza, a su vez, la frontera entre arte y sociedad, institución y lengua profana. Es necesario pensar la naturaleza de la espera –si es que existe- de las cabezas de playa de las multitudes que penetran el mundo institucional del arte y el modo en que, a su vez, el arte instala las suyas en aquellas. Asunto político o artístico, quizás nuevamente cuestión de indecidibles, aunque no por ello impensable desde ambos lugares.
¿Qué cabezas de playa toman nuestra cabeza hoy? ¿Son las mismas cabezas de playa? ¿Hay una escuela que tenga alguna cabeza de playa en los profesores que la integran? Tal vez en ello radica la más absoluta riqueza estética y política de Valparaíso. La naturaleza de su problema, el del borde, es una potencia capaz de articular la reflexión interna de la propia institución que el arte intenta hacer suya para cumplir sus intereses. Los profesores, estudiantes y no académicos de la escuela de artes de ARCIS Valparaíso, no pueden sino afectarse de las dificultades que esta especificidad territorial y cotidiana no deja de donar.
Pivote entre ciudad e institución, el arte en Valparaíso -y en esta escuela- hace de esta bisagra su más profunda batalla, inscrita en una guerra aún más universal y heredera de la belicosidad vanguardista, aquella de un arte que, enfrentado así mismo, puja contra su propia y a veces inevitable reificación.


Diciembre de 2007.


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